Las cuevas de Batu

A pocos kilómetros de Kuala Lumpur y fácilmente accesible a través de la red ferroviaria de la ciudad (lo de fácilmente lo digo ahora, lo cierto es que encontrar el trasbordo entre las líneas de metro que llevaban hasta ellas casi me hizo coger un vuelo interno en la propia ciudad debido a su distancia), las cuevas de Batu constituyen uno de los paisajes más extraños y perturbadores que he pisado, una especie de submundo hinduísta en el que estás invitado a recorrer las frías grutas que llevan hasta el éxtasis con la compañía de cánticos, gallos que cacarean rítmicamente como si fueran a ser sacrificados y una ingente cantidad de monos con muy mal humor, que lejos de pedir, exigen comida y asocian las bolsas de plástico a finos envoltorios de suculenta ambrosía, siendo muchos los fieles que preferían darse la vuelta a cruzar las escaleras con una bolsa en la mano.

Palomas de Batu

El paisaje de roca caliza dedicado a Murugan es embriagador e intenso, y a las cuevas, que están precedidas por una enorme escultura dorada del propio dios (también hay una enorme y espectacular imagen de Hanuman, el dios mono, un poco más al oeste de la entrada), se accede «escalando» los 272 largos peldaños de su rampa de procesión, que proporciona un onírico ambiente formado por todo tipo de sujetos, desde niños con su cabeza embadurnada de pintura dorada arropados por sus padres hasta personas que usan las escaleras como su gimnasio particular, subiéndolas y bajándolas a gran ritmo mientras uno no va ni por la mitad.

Subida

Batu gym

Es durante esta pequeña procesión cuando te das cuenta de la magnitud del emplazamiento y el altísimo nivel de veneración que provoca, con nutridos grupos de hindúes que se alzan ante Murugan emocionados y otros tantas mayorías étnicas que acceden a las cuevas por curiosidad.
Batu es un lugar ciertamente impactante, su propio terreno, ya de por sí espectacular, está adornado por todo tipo de figuras y pinturas que evocan las deidades en un baile de color de seres de múltiples cabezas, brazos y rostros con rasgos animales. Tan masificado como cabía esperar, las cuevas son una montaña rusa de visitantes, que asolan sus escaleras en enormes grupos que van accediendo paulatinamente al interior del Templo Cueva, el núcleo principal de este paisaje de 3 amplitudes.

Subiendo

Una vez coronada la cima, Batu sorprende aún más, con ceremonias tan extrañas como hipnóticas en su interior, en donde el fuego, la sangre y el agua se unen formando un intenso cúmulo sonoro que retumba en los 100 metros de alto de este particular altar.
Cada año el carro de plata de Murugan del espectacular y cromático templo de Sri Mahamariamman en Kuala Lumpur, sale de Chinatown en dirección a las cuevas, en una ceremonia que congrega millones de fieles y que ejemplifica, esta vez de la forma más rotunda posible, la importancia que poseen las cuevas para los peregrinos.

Deidades

Cuevas de Batu

Mono tranquilo

Cuando recorres su interior piensas que en cualquier momento una masa te va a levantar en peso y va a sacrificarte, pero realmente ocurre todo lo contrario, te sientes nuevamente bienvenido o más bien, ignorado, y la sensación que produce es casi de rito sectario. Como todo lugar relativamente masificado de creyentes, siempre hay espacios que generan cierto clímax de silencio y alejarse del Templo principal evoca esa sensación, con el burleteo de los monos patinando por los recodos de las estructuras mientras el inquietante eco de la ceremonia resuena lejano y taponado por la música tántrica que generan los puestos de recuerdos diseminados por el lugar.
Lo mejor de las cuevas de Batu es la sensación directa de estar asistiendo a algo que no comprendes del todo y el vagar sin rumbo ni sentido entre sus grutas, descubriendo lugares solitarios iluminados por bombillas de color.

Grupo

Monos

Deidades en la escalera

Dioses

Cueva iluminada

Malasia se puede considerar así de extrema, sales del caos urbanístico de Kuala Lumpur y te encuentras un caos muy diferente que te enlaza directamente con la India y su listado de fascinantes deidades, con lugares de libre acceso como Batu que se encuentran casi ensombrecidos por el hormigón de las cafeterías a pocos metros de distancia. Ante destinos tan generalmente poco conocidos como este uno se pregunta irremediablemente cómo serían hace unos años, cuando realmente eran sólo una cueva rodeada de bosque.
Si bien su particular magia sigue intacta, este complejo de cuevas no sólo es obligatorio si se pasa unos días en la capital de Malasia, es simplemente indispensable, y su ambiente enrarecido te permite hacer un nuevo viaje dentro del viaje que has realizado, un viaje de destino incierto y comprensión ilógica, pero que de todas formas terminas marcando en tu mapa y comprendiendo.
Devoción y curiosidad en cada escalón.

Espectador

Abrazados

Dios Mono

Una respuesta a “Las cuevas de Batu”

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